Artigo de Eduardo Letelier

Hacia el fortalecimiento del discurso, la territorialidad y gobernanza de una economía solidaria que ya acontece. Transcurridos 10 años desde los primeros esfuerzos de articulación y fortalecimiento de los movimientos de economía social y solidaria en el marco del Foro Social Mundial, nos hemos dado la posibilidad de hacer un balance y definir proyecciones para la década que viene, en el marco del recientemente realizado Foro Social Mundial de Economía Solidaria [2].

Hemos hecho este ejercicio evaluativo desde la premisa de que otro modelo de desarrollo es posible y que ya acontece en la multiplicidad y diversidad de prácticas de economía solidaria, a nivel global.

Sin pretender ser exhaustivo, en el balance realizado destacan distintas valoraciones realizadas desde América Latina que importa compartir.

En primer lugar, destaca el desarrollo de una amplia diversidad de experiencias de economía solidaria a nivel local, regional y nacional, en los ámbitos de la producción, comercialización, finanzas, servicios y consumo, y que se reconocen como parte de un movimiento de transformación social. Sin perjuicio de esto y más como un potencial que como un obstáculo, también debemos decir que aun son muchas las experiencias de esta naturaleza que tienen lugar en el continente, sin que se reconozcan explícitamente como parte de un sector económico solidario y de un movimiento de transformación social.

Muy vinculado al punto anterior, se observa una baja politización del movimiento de la economía solidaria, asociada a un discurso y posiciones aun en construcción. Esto impide un claro reconocimiento como práctica transformadora desde otros movimientos sociales con mayor capacidad de incidencia pública, como es el caso de movimientos sindicales, ecologistas, campesinos e indígenas.

De lo anterior se tiene que si bien la economía solidaria ha logrado un importante posicionamiento público en la ciudadanía, en las políticas públicas y en distintos cuerpos legislativos, enfrenta igualmente importantes riesgos de coopción tanto desde los gobiernos como desde diversos dispositivos ideológicos que sirven a los intereses del sector capitalista de la economía. En el primer caso, existe un evidente riesgo de vaciamiento del contenido de transformación social de la economía solidaria, reduciéndola a una agenda de inclusión social o de alivio de la pobreza, orquestada desde algún ministerio de desarrollo social o agencia estatal afin ([3] ). En el segundo caso, existe el riesgo de un tratamiento de la solidaridad como un atributo de valor de líneas de productos específicos, pero que no cuestionan la lógica de explotación que funda la realidad empresarial del caso. Es decir, la integración de la solidaridad en la tecnología de marketing social de las empresas de capital.

Sin perjuicio de lo anterior, observamos que el discurso de la economía solidaria hoy está sirviendo tanto a la construcción de identidad ciudadana de sujetos socioeconómicamente excluídos y de distintas instituciones de apoyo relacionadas (i.e.: asociaciones civiles, fundaciones, ONG’s) como también, a la resignificación de prácticas de sujetos económicos solidarios que han visto debilitados sus referentes ideológicos y cuestionadas sus lógicas de representación política. Este sería el caso del cooperativismo y del mutualismo, con los cuales se ha iniciado un interesante proceso de acercamientos, no exento de dificultades.

Correlativamente, resalta la proliferación de diversas plataformas de articulación a escalas nacionales y continentales que reunen a las formas históricas y emergentes de la economía solidaria del continente. De hecho, durante la presente década prácticamente todos los paises han levantado instancias de convergencia nacional de economía solidaria y a las históricas alianzas internacionales sindicales, mutualistas y cooperativistas, se han sumado redes de comercio justo y solidario, de finanzas populares, de tiendas, de turismo comunitario y de economía solidaria en un sentido amplio. Todo lo cual ha contribuído a fortalecer un espacio público no estatal de carácter internacional, articulado más sobre lógicas de intercambio que sobre lógicas de representación, lo que entraña un esfuerzo no menor de reinventar las prácticas de articulación desde la sociedad civil y de buscar acercamientos no sólo entre posiciones e intereses políticos sino también entre estilos de construcción de movimientos sociales.

A partir de este balance preliminar y acotado, algunos desafíos y proyecciones que se desprenden deberían responder a las necesidades de:

· Fortalecimiento del discurso y posiciones políticas del movimiento de la economía solidaria desde la perspectiva de incorporar y desarrollar contenidos como soberanía alimentaria, sustentabilidad ecológica, integración regional y soberanía de los pueblos.

· Consecuentemente con lo anterior, acercamiento político y práctico con otros estos movimientos alterglobalización, de modo de impulsar la perspectiva de territorios de economía solidaria, en los que se integren prácticas de producción, comercialización, finanzas, servicios y consumo, desde una perspectiva de interculturalidad, sustentabilidad ecológica y bajo sistemas de gobernanza que garanticen la soberanía de los pueblos. De este modo, se esperaría que la economía solidaria logre la profundidad y escalas que impacten en la cotidianeidad de la ciudadanía y sea una base sólida económica y política para plantearse reformas políticas que refuercen esta tendencia.

Y, finalmente, la articulación de un sistema de relaciones solidarias internacionales con agendas diferenciadas de integración e incidencia regional, continental y global y con roles consensuados para las distintas instancias de articulación ([4] ). Lo anterior implica no sólo un asunto de negociación de posiciones e intereses sino también de transformación de los estilos de construcción de movimientos sociales, desde lógicas de representación a lógicas de participación, asunto que está en el corazón de la renovación de expresiones históricas de la economía solidaria en el continente como es el caso del cooperativismo y del mutualismo.

En síntesis, los distintos desafios y proyecciones enunciados deberían responder a la necesidades de fortalecer el discurso, la territorialidad y gobernanza de una economía solidaria que ya acontece.

* Eduardo Letelier, Economista. Miembro del equipo de animación regional del Espacio MERCOSUR Solidario.

[2] Esta actividad tuvo lugar en las ciudades brasileñas de Santa María, Canoas y Porto Alegre, a fines de enero del 2010.

[3] La situación de Brasil, donde la Secretaría Nacional de Economía Solidaria está bajo la dependencia del Ministero del Trabajo y que representa el caso de mayor proyección pública, presenta el desafío de disputar los espacios con marcos conceptuales y políticos fundados en torno a la relación capital-trabajo, respecto de la cual otras relaciones socioeconómica tienen un carácter subsidiario.

[4] Sin que la enumeración sea taxativa, contamos al menos con las siguientes instancias de articulación latinoamericana: Red Intercontinental de Promoción de la Economía Social y Solidaria – Capítulo América Latina y el Caribe (RIPESS LAC); Organización Mundial del Comercio Justo – Capítulo América Latina (WFTO L.A.), Confederación Latinoamericana de Agricultores de Comercio Justo (CLAC); Confederación Latinoamericana de Cooperativas de Trabajo (COLACOT), Red Latinoamericana de Comercialización Comunitaria (RELACC), Red Latinoamericana de Tiendas (RELAT), Cooperativas Sin Fronteras (CSF), Espacio MERCOSUR Solidario (EMS). A esto se debe sumar el recientemente lanzado Foro Social Mundial de Economía Solidaria (FSMES) en Santa María, cuya continuidad y funcionalidad es parte del debate.