Antonio Romero (aromrey@ec-red.com)

Lo que desde hace tiempo entró en crisis, tanto en la teoría como en la práctica, ha sido una determinada manera de pensar y actuar el socialismo en su versión deformada y burocrática, condensado en lo que se llamó el “socialismo real” o “marxismo soviético”. Esto es muy importante que se aclare cuando se difunden ideas sobre la “crisis de la izquierda”. Valoro y saludo el surgimiento de nuevas corrientes de izquierda, provenientes de experiencias de trabajo con organizaciones de base y desde las localidades, con “renovada imaginación práctica” como se dice en la introducción del artículo.

Pero también sostengo que la renovación del pensamiento político y social desde la izquierda, y particularmente de la izquierda identificada con el socialismo, pasa necesariamente por la “relectura” -y esta vez sin mediaciones y libre de dogmas- de la herencia intelectual de los clásicos, no sin actitud crítica por cierto (ver p. ej. el artículo de Michel Husson, “Leer hoy ‘El Capital’ de Marx” en: www.lahaine.org/b2-img/hussoncap.pdf). Como aboga un conocido cientista social argentino, la “renovación teórica” de las ciencias sociales latinoamericanas -incluyendo a la economía- pasa también por el regreso de un “marxismo racional y abierto”. “Solo con el marxismo no lo lograremos, pero sin el marxismo tampoco” (Atilio Boron, “Por el necesario (y demorado) retorno al marxismo”. En: La Teoría Marxista Hoy. Problemas y Perspectivas. Buenos Aires: CLACSO, 2006, p. 39). Recomiendo este libro no solamente para quienes se interesen en una lectura actualizada, sino también para estimular la reflexión y el debate (disponible en http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/ campus/marxis/marxis.pdf). De hecho, el regreso y/o la restitución de un marxismo liberado de ataduras dogmáticas es un acontecimiento que no podemos seguir ignorando; o como lo dijo también hace tiempo James Petras: “… el crecimiento del socialismo programático sin estalinismo es un evento histórico de categoría mundial” (Rebelión, 16 de mayo 2001).

El socialismo comparte con el “proyecto cooperativista” de la economía solidaria el principio de la propiedad colectiva y social de los medios de producción. Con esa afirmación no pretendo soslayar ni ocultar diferencias de concepción y de estrategia. Como seguramente ud. y muchos deben saber, Marx criticó duramente ese proyecto personificado en la obra del socialista francés Pierre-Joseph Proudhon, en su conocida Miseria de la Filosofía. Respuesta a la ‘Filosofía de la Miseria’ del Señor Proudhon (Bruselas y París, 1847). El principal punto de las desavenencias que hubo entre Marx y Proudhon, y por extensión, con las corrientes tanto del “socialismo pequeño burgués” como del “socialismo de Estado” de esa época (Rodbertus, John Gray y otros), radicaba en el funcionamiento y aplicación de la ley del valor, a partir de los principios formulados por David Ricardo, especialmente el concerniente a la distribución de los productos del trabajo social. En este dominio, tanto los críticos de Ricardo como las tendencias socialistas de entonces constataban una discrepancia flagrante entre el principio teórico y la realidad (si el valor de cambio de un producto equivale al tiempo de trabajo invertido en su producción, ¿por qué el salario no es igual al valor del producto del trabajo?). De aquí surgían las medidas prácticas o las estrategias que apartaron aun más al marxismo de Marx de las otras corrientes socialistas: “Banco del pueblo” (Proudhon), “bonos de trabajo” (Rodbertus), apelación al Estado -al estado prusiano en el caso de Rodbertus- para que garantice el intercambio de mercancías “por su valor”, en paralelo con la abolición de la competencia como mecanismo de manifestación de la ley del valor. Por supuesto, este es un breve recuento de una polémica más vasta.

El desarrollo histórico parece haberse tomado una “revancha” (una ironía de la historia en el decir del historiador polaco Isaac Deutscher): no se produjo el “inevitable” colapso del capitalismo, pero sí el “derrumbe” de una versión deformada del socialismo, paradójicamente inspirada en el pensamiento de Marx. ¿Pero acaso el abandono de -y renuncia a- la revolución (en el entendido de la transformación “revolucionaria” de la sociedad) invalida el “principio revolucionario”? ¿En qué consiste este principio? Es un hecho cierto y objetivo -por ende, verificable- que ese “abandono” proporciona el contexto en el que han venido surgiendo lo que el artículo destaca: “la recuperación del proyecto cooperativista” en el caso de la economía solidaria. Pero las connotaciones históricas actuales de este proyecto son completamente diferentes a las del proyecto originario europeo de la primera mitad del s. XIX en Inglaterra, Francia y Alemania. Además, me parece que el “proyecto cooperativista” no es la única forma que adopta la economía solidaria hoy en día. ¿Constituye la economía solidaria y su principio de solidaridad, una alternativa universalizable ? ¿Puede llegar a constituir una fuerza de oposición al capital, capaz de sustituir el capitalismo a escala global? Mediante estas preguntas, solamente pretendo llamar la atención sobre la necesidad de alimentar una agenda que aborde una discusión programática, pues el patrón mundial/global de poder es lo que hay que poner en cuestión. De esto depende también la viabilidad de la solidaridad como principio organizador de la “nueva sociedad”, no solamente en términos económicos. Por ejemplo, cuando Marx impugnaba por fantasiosa la propuesta del “Banco del Pueblo” o del “crédito gratuito” de Proudhon, lo hacía porque este revelaba tener desconocimiento de los fundamentos sobre los que descansaba el funcionamiento de la “economía burguesa” de aquella época. (En carta dirigida a J.B. Schweitzer del 24 de enero de 1865, Marx dijo de Proudhon: “… es una fantasía genuinamente pequeñoburguesa… tratar de convertir una aplicación particular del crédito -una supuesta abolición del interés- en la base de la transformación de la sociedad”). Los mismos fundamentos de esa economía perviven aun en nuestra época signada por las doctrinas y prejuicios neoliberales. La tesis que subyace a lo dicho, y que pongo a consideración, es que el desarrollo de la economía solidaria, sea a nivel local, de región, por país o al interior de cada continente, no puede prescindir de la crítica del capitalismo.

Una cosa es hablar de la propiedad de los medios de producción a nivel de una unidad económica determinada (p. ej. cooperativas), que es el nivel en que se mueve hasta el momento la economía solidaria, y, otra, referirnos a esa misma propiedad pero a escala de toda la sociedad o de un país. En este punto discrepo que el proyecto político del “marxismo” (¿cuál de ellos?) haya sido “la nacionalización de la economía”, que muchos identificaron con la intervención del Estado. Sobre este asunto podemos debatir mucho (hay una larga historia al respecto). Lo que quiero dejar en claro es que Marx nunca defendió ni alentó esa tesis. Fue un crítico acérrimo del Estado, de todo estado o forma estatal, pues lo consideraba como la expresión organizada de los intereses de clase. Con la “globalización” se ha debilitado seriamente el carácter “nacional” del Estado, especialmente en la periferia. Se ha debilitado también todo lo concerniente a “lo público” y es el capital el que ha pasado a hacerse cargo de manera creciente de las necesidades sociales, a través p. ej. de la mercantilización de los servicios (agua, luz, educación, salud) y las prestaciones sociales (seguro, pensiones de jubilación, AFP). Esto forma parte de un proceso de gran escala en que el capitalismo ha transitado hacia nuevas modalidades de dominación que reposan -siguiendo a Quijano- en “el máximo control de la subjetividad y de la autoridad”. Tenemos que poner entonces en su real contexto y dimensión la discusión en torno a “la defensa del papel económico del Estado”, diferenciando claramente entre “gobierno nacionalista” y “estado nacional”, toda vez que ha sido el mismo estado en nuestra región el “agente central” del proceso de reconcentración y reprivatización del capital pero también del trabajo, sus recursos y productos en favor -esta vez- de la burguesía internacional. En el Perú, un proceso con esas características viene ocurriendo por lo menos desde los años 90 -en realidad, desde el desplazamiento del poder del Gral. Velasco- acelerándose con el segundo gobierno de Alan García.

Teniendo en consideración el caso peruano y mi experiencia de participación en la reunión de “Lima + 10” (27-30 de noviembre 2007), en la economía solidaria confluyen varias corrientes de pensamiento y opinión, así como de diferentes vertientes políticas. Encontramos compañeros/as que provienen de experiencias vinculadas con la iglesia (vertiente de la teología de la liberación), que trabajan en barrios “marginales”, espacios populares, con microempresarios, artesanos, cooperativas diversas, con mujeres, grupos de economía solidaria creados en las regiones; experiencias de comercio justo, finanzas solidarias, consumo ético. Además de la plena ebullición de tales experiencias, existe una relación de convivencia y de respeto hacia la opinión del “otro”, entre personas que privilegian la relación con el Estado, y quienes manifiestan (manifestamos) discrepancias poniendo la atención en otros procesos, como el énfasis desde lo local, el reforzamiento de las autonomías y los procesos de articulación (económica, social y de poder popular), la creación de nuevas formas de relación social, de cooperación, etc. El propio espacio brindado por el GRESP tiende a ser rebasado por la multiplicación de un proceso que tiende a irse incluso más allá de los límites de la economía. Algo debe estar ocurriendo en la sociedad peruana, a pesar de la autocomplacencia con la que el neoliberalismo criollo vanagloria sus “triunfos” económicos, engatusando al “pueblo” con ilusiones de crecimiento y bienestar “para todos”. Como escribía Engels en el prefacio de la primera edición alemana (1884) de la Miseria de la Filosofía de Marx: “Si la conciencia moral de las masas declara injusto un hecho económico cualquiera, como en otros tiempos la esclavitud o la prestación personal campesina, esto constituye la prueba de que el hecho en cuestión es algo que ha caducado y de que han surgido otros hechos económicos, en virtud de los cuales el primero es ya intolerable y no puede mantenerse en pie. Por consiguiente, en la inexactitud económica formal puede ocultarse un contenido realmente económico.” De esta manera, el surgimiento de la economía solidaria en el Perú y América Latina constituye una prueba contundente de que el “modelo” económico imperante, representado por el neoliberalismo, se está volviendo cada vez más “intolerable”; y que la “conciencia moral de las masas” es un tránsito necesario en el proceso de maduración de una conciencia socialista.

Lima, 5 de junio 2008