Fonte: Ciudad de Mujeres e http://www.economiasolidaria.org/
Economía social y economía solidaria no son conceptos nuevos aunque se nos quiera hacer creer esto. Sin embargo, son necesarios nuevos planteamientos que expliquen porqué somos las mujeres quienes mayoritariamente impulsamos nuevas formas de economía, alternativas al modelo hegemónico de la economía neoliberal y, de qué manera estos proyectos plantean acciones innovadoras para un verdadero cambio social. En este artículo se presentan las relaciones entre la economía social, economía solidaria y feminismo, y trata de aportar algunas pistas para la reflexión y también algunos matices en la comprensión y el compromiso de cada una de estas esferas…
Para abordar este tema, es necesario definir cada uno de sus componentes: el feminismo, la economía social, la economía solidaria y su interacción, si existe, sus incompatibilidades, y sus posibles puntos de convergencia. Como feministas que nos hemos adentrado en el ámbito de la economía social, y más tarde de la economía solidaria, vamos a intentar ofrecer algunas orientaciones, e incluso plantear los desafíos de las protagonistas y actrices de estos tres movimientos.
Y es necesario empezar por aquí porque la economía social, por sus propios orígenes históricos, nunca se combinó con las feministas. La economía solidaria, aunque mayoritariamente llevada a cabo por las mujeres en todas las partes del mundo, está únicamente representada por los hombres. Y el feminismo, globalmente implicado en la reivindicación de la igualdad de derechos, escapa a la lógica de las alternativas económicas.
Se trata entonces, de aportar algunas pistas para la reflexión y también algunos matices en la comprensión y el compromiso de cada una de estas esferas.
La economía social
Hace más de un siglo con la Comuna de París nacían el sindicalismo y la economía social. Mutualidades, cooperativas y asociaciones fueron creadas para llevar a la práctica alternativas económicas al sistema dominante de la época : el capitalismo industrial. Todas estas estructuras se basaron en valores de solidaridad y de igualdad. En la actualidad, este extenso movimiento institucionalizado ignora estos millones de mujeres en África, Asia, América Latina, y en otras partes que doblan ingenio y perseverancia para crear mutualidades de crédito, de salud, cooperativas artesanales, agrícolas, de pesca… Seguramente, el concepto de solidaridad ha cambiado con el auge del liberalismo. La propia palabra ’solidaridad’ nombrada tantas veces de manera indiscriminada ha perdido su significado. Por ello, ¿no sería necesario recordar que contienen los conceptos de compromiso y de riesgo compartid ?
Ahora bien, parece que las fuentes de la economía social, de sus búsquedas de equilibrio financiero y desarrollo económico, profundamente afianzadas en la economía comercial, confunden, en muchas ocasiones, la solidaridad con la compasión o la caridad. Se ignora, por el contrario, que se trata más de una cuestión de corresponsabilidad, de compartir valores comunes, de intercambiar prácticas innovadoras, de estar juntas en un mismo proceso de cambio, de luchar por una verdadera democracia económica, en resumen, de crear otro mundo.
La economía solidaria
La economía solidaria no es un nuevo concepto, aunque se nos quiera hacer creer esto. Por otra parte, hay que tener en cuenta que la terminología con que se hace referencia a la economía solidaria cambia según las regiones. Así, se ha hecho referencia a los términos de economía popular, informal, de vida, etc. En todos los casos, se trata de un proceso histórico que cuenta con al menos 250 años, iniciado con los-as socialistas utópicos-as que trabajaban en una economía controlada por los-as trabajadores-as y no por el Estado. A partir del origen etimológico de la palabra griega economía, eco-nomia – las normas, las formas de organización de la vida – podemos tratar de resumir los grandes principios de la economía solidaria:
+ no hay beneficios, los beneficios se reinvierten ;
+ gestión democrática de la empresa ;
+ formas de trabajar diferentes, trabajar para vivir ;
+ respeto del medio ambiente, los recursos y las personas inventar métodos de interacción culturales…
Como destaca Sandra Quintela, socioeconomista y militante de la asociación feminista brasileña SOF (Sempreviva Organização Feminista), se trata de trabajar de “cualquier otra manera, con otras formas de pensar la economía”. Sandra Quintela, hace una crítica profunda del modelo económico capitalista, un modelo que no valora ni a las personas, ni la diversidad, ni las iniciativas locales, sino que, al contrario, convierte el mundo en cada vez más homogéneo, más igualador por la parte baja. Se hace, pues, necesario trabajar en favor de una “cultura contra-competitiva”.
Los que se oponen a la concepción de la economía solidaria como alternativa al capitalismo alegan que se trata de una economía de supervivencia, complementaria, incluso algunos de ellos hablan de que se puede mezclar con una economía de mercado y de esta manera crear las bases de una llamada “economía plural’. La economía solidaria ha sido también catalogada como “tercer sector” y considerada, hasta cierto punto, como un apéndice del sistema capitalista necesario para su equilibrio social. Sin embargo, éstas son visiones subjetivas, ideológicas y culturales, de una fuerte dominación masculina, patriarcal.
Como destaca Geneviève Azam, economista feminista francesa, “en las representaciones dominantes, se constata que, cada vez que la presencia femenina es importante en una actividad económica, esta actividad se presenta como menor y despreciada. Esto ya viene de tiempo atrás, cuando las actividades de producción y reproducción, femeninas, se vinculaban al espacio doméstico, a un concepto de gratuidad, de ofrecer y dar, de reciprocidad. Es sobre todo en el siglo XIX, con el nacimiento del capitalismo, cuando el dar y la gratuidad se relegan al ámbito privado, y la producción comercial se desarrolla en el ámbito público, masculino”. Geneviève prosigue: “En nuestro mundo, el concepto de civilización y desarrollo se vincula desde una óptica o con una historia de opulencia, de abundancia, que contrasta fuertemente con los recursos naturales disponibles. El arraigo en la naturaleza, el mundo doméstico, femenino, no entran en esta imagen del progreso. La representación dominante quiere que las mujeres sean las especialistas del vínculo social: con la función de harmonización, de equilibrio en la familia, y de sus actividades tradicionales de tejido haciendo “retales” del vínculo social. La economía solidaria sería pues una finalidad natural para las mujeres.”
Las mujeres en la economía
Según la ecofeminista y economista alemana Maria Mies, “si nos preguntamos porqué las mujeres son las principales víctimas de las reformas del neo-liberalismo, titubeamos. Es porque el estatus de las mujeres es bajo en todas las partes del mundo: no tienen poder de negociación y no pueden hacer crecer, aprovechar su “capital humano”. Por eso se recurre a los Estados para que no haya más discriminación hacia las mujeres, y para que la igualdad de género sea una realidad, en todos los ámbitos sociales y económicos”.
Pero esta política de “alcanzar una posición más alta” propia del sistema capitalista actual es algo que nunca se aplicó para las mujeres, ni en el Sur ni en el Norte. Sigue siendo un mito. Para explicarse, la economista Maria Mies utiliza la metáfora de un iceberg, con una parte que aparece sobre el agua, que representa únicamente el capital y el trabajo asalariado, y, otra parte, bajo el nivel del agua, invisible, el trabajo doméstico gratuito de las mujeres. Se puede decir que todas la teorías tradicionales sobre nuestra economía solamente tienen en cuenta la cumbre del iceberg, limitándose a la venta de la fuerza de trabajo del adulto, generalmente masculino, por un salario… o también a la prostitución, globalmente reservada a las mujeres, el único sector donde pasarían a ser repentinamente legitimas de percibir un salario por un trabajo, el del sexo.
El trabajo de reproducción de la capacidad de trabajo, asegurado por la mujer o la madre del trabajador, no aparece entonces ni en las estadísticas de los capitalistas, ni en las de los Estados, ni en la teoría de Marx. De hecho, este trabajo de reproducción, se concibe como un “bien gratuito” y “natural”, que implica “la instrumentalización de las mujeres como complemento necesario para la proletarización de los hombres”, afirma Maria Mies.
Además, en esta base invisible de la economía capitalista, se cuenta también el trabajo de los pequeños agricultores y artesanos -que siguen cubriendo las necesidades de base locales- y los elementos naturales, hoy considerados como un bien gratuito, patentable y mercantil. De hecho, todo lo que se encuentra bajo tierra se ha convertido en un espacio a colonizar económicamente “por el hombre blanco occidental”.
Lo que destaca la economista, es que la idea-misma de que las partes sumergidas del iceberg salgan un día a la superficie para convertirse finalmente en trabajadores-as asalariados-as forma parte del mito, ya que el liberalismo nos lleva justamente al camino opuesto. Dice: “Hoy pedazos flotantes del iceberg cada vez más importantes son sumergidos. Se acepta que el pleno empleo, incluso en los países ricos del Norte, sea un concepto de paso. La política neo-liberal de “desregularización” y de “flexibilidad” no es más que otra expresión de lo que llamamos la “domesticación” del trabajo”. De hecho, las mujeres llevan el peso del liberalismo, o dicho de otra forma , sin las mujeres, el liberalismo se hundiría.
De esta manera, la lucha para la igualdad de los derechos se convierte en una aberración o incluso en una pérdida de tiempo. Las políticas desreguladoras no se preocupan apenas por los derechos. Quizá sería necesario volver de nuevo a una concepción más moderna de las luchas de las mujeres, expresada por Sarla Devi, combatienta de la libertad contra el colonialismo británico en los primeros decenios del siglo pasado: “no pretendemos obtener nuevos derechos de los amos coloniales, los obtenemos de la voluntad!”.
Mujeres comprometidas con la economía solidaria
Podemos afirmar, sin tener que recurrir a estadísticas, que la mujeres están sobre representadas entre los más desfavorecidos, los pobres y los “sin voz” en todas partes en el mundo.
Las mujeres apoyan a sus familias en las regiones más devastadas, o en nuestros propios suburbios, cultivan la tierra, mantienen a flote los pequeños comercios, producen la artesanía. Cada vez más, se dedican a organizar este sector informal y invisible. La paradoja es que las mujeres que hacen vivir la economía de numerosos países, permanecen excluidas de las esferas de decisión, o incluso reducidas al estatus de menores, incluso por los representantes varones de este movimiento, que no reconocen el carácter protagonista de las mujeres en estas nuevas formas de organización.
Según la socióloga de Quebec Josee Belleau, “cuando las mujeres hablan de economía, hablan también de salud, de educación, de cultura, alimentación, de custodia de hijos, de cuidados a los abuelos, de profesiones no tradicionales, de poder, de violencia, de guerra, de terremotos, de rentas escasas, de precariedad, de trabajo del sexo, de división de las tareas domésticas…”.
Por ello, valorar los conocimientos técnicos tradicionales, indispensables para la vida pero a menudo despreciados -incluso por las propias mujeres-, es el camino más corto hacia la reconquista del aprecio de una misma. Por ejemplo, en el Norte, muchas mujeres que vienen de la inmigración sólo poseen sus conocimientos domésticos; son conocimientos menospreciados y apenas reciben dinero a cambio de ellos. Para las que poseen títulos, la barrera del racismo sigue siendo a menudo insuperable. Enfrentadas a urgencias, estas mujeres, que a menudo practican la economía solidaria sin reconocimiento alguno, pretenden en primer lugar responder a:
+ obtener rentas porque los hombres sufren el desempleo o están fuera de la familia;
+ crear su propio empleo porque son rechazadas por el mercado de trabajo;
+ agruparse en mutualidades porque ningún banco concede crédito a las pobres.
Con sus competencias y sus conocimientos técnicos tradicionales crean herramientas de producción, se agrupan, se estructuran y hacen fructificar sus iniciativas. Así, constatan que estas competencias producen riquezas: al menos, la autonomía financiera (con relación al cónyuge y el Estado) una expansión personal y una revisión al alza de su imagen como persona ; además estas actividades tienen un impacto muy positivo en la vida de los-as niños-as, los-as habitantes del barrio o del pueblo, promoviendo un espacio de encuentro, intercambio…
Todas ellas no se han detenido en el acto, ya que no aceptan que esta fuerte plusvalía social permanezca una vez más ignorada. Decidieron auto evaluar sus competencias, establecer una nueva mirada a la lectura de las riquezas. Con ello tomaron conciencia que contenían propuestas para un desarrollo verdaderamente equitativo y duradero, dónde los beneficios humanos triunfarían sobre los beneficios financieros. Animadora de la Obra “Mujeres y economía”, Josee Belleau dice de esta manera lo que está en juego: apoyar el análisis y las prácticas solidarias de las mujeres, desarrollar herramientas metodológicas para el reconocimiento de estas prácticas y volver visibles las prácticas de las mujeres desarrollando prácticas in situ. Para ella, una de las propuestas de su obra hace referencia a la concepción de indicadores adaptados y diversificados sobre la riqueza y el trabajo.
El feminismo
La mayoría de las feministas consideran que la economía solidaria representa una regresión para las mujeres: una vuelta a los valores ancestrales de la familia, y de la mujer guardiana del hogar, y también una aceptación de la precarización del trabajo. No está mal conocer estas prácticas, de las que acabamos de examinar sus orígenes, pero también se debe mostrar lo paradójica que es la economía real: un sistema de alineación y a su vez generador de resistencia y de cambio.
En la búsqueda de verdaderos medios para una democracia económica, algunas feministas emprendieron la tarea de devolver al trabajo invisible su justo lugar y valor. No se trata obviamente de reivindicar un salario familiar, que es una manera de ligar la dedicación de las “mujeres/ madres al hogar”, pero si de alterar los modelos en vigor. Geneviève Azam, juntando los análisis de Maria Mies, afirma que “Cuando la vida se mercantiliza, la separación entre producción/ reproducción desaparece: las manipulaciones genéticas de las semillas, incluso del ser humano, la privatización de los conocimientos,…la reproducción ha salido del ámbito privado. La vida y la reproducción entran en el ámbito comercial, en la esfera capitalista. Esta segregacion público/ privado no funciona puesto que la reproducción de la vida entra en la esfera de las mercancías y no puede pues justificar esta asimilación de la economía solidaria a una economía de supervivencia. La defensa de la vida bajo todas sus formas, la defensa de la diversidad, del derecho a la autonomía, incluso a la autonomía alimentaria, la protección del conocimiento de las generaciones precedentes, es entonces un verdadero proyecto de civilización.”
Estas mujeres protagonistas de la economía solidaria, llevan verdaderos proyectos de cambio social. Asumiendo la gratuidad, impulsan el concepto del límite al modelo de producción capitalista que rechaza las fronteras de la acumulación sin tener en cuenta el hecho de que los recursos naturales no son inagotables. Resisten a este sistema garantizando recursos, equilibrio, formas de intercambio diferentes y gratuidad. Lo que no significa nunca, opresión, aceptación de su alineación, puesto que definen un ” precio justo “, no tan solo intercambiable por dinero, susceptible de ser apropiado por todos-as. Aquí la gratuidad no significa “sin precio”, sino todo lo contrario.
Para terminar, Sandra Quintela nos recuerda que “es imperativo hoy articular el trabajo de los movimientos feministas o de los movimientos de las mujeres con el análisis de la pobreza y de la economía para construir nuevos modelos socioeconómicos. Y la parte más importante se refiere a la construcción de una economía solidaria: una economía al servicio de la sociedad. Añade: “A partir del análisis feminista, sabemos que todo recae en la vida cotidiana. Es en la vida cotidiana que las cosas cambian. Hoy y ahora.»
Bibliografía
– Le travail des femmes: pilier de la mondialisation par Maria MIES
– Dossier Femmes et economie solidaire par Dominique Foufelle
– Une recherche pour un autre monde par Geneviève Azam
– Entretien avec Sandra Quintela
Este artículo fue presentado en las Jornadas organizadas por Les Pénélopes: Feministas por una economía social y solidaria, en Barcelona 17 de Septiembre de 2004.